sábado, 15 de agosto de 2009

Viaje en tren.

No hay nada más deprimente que viajar en tren. Me subo al tren llenísimo sin nisiquiera un asiento vacío, despidiendome de la estacion sucia tan llena de NADA. En aquel tren esta ese olor de todos los trenes, olor a desesperación, a vacío a un grito de basta. Observo las caras de la gente que me rodea, la mayoría llena de agobio, supongo que porque van hacia una jornada de trabajo cansadora. Hay un par de familias emocionadas, contentas, deduzco que deben ir a algún paseo familiar divertido y prometedor de los que tanto extraño. Hay un grupo de chicas que vienen cantando las canciones que pasan en la radio de su celular, y, estoy segura, comentan sobre los hombres a bordo de este tren. En aquel vagón, como en todos los vagones supongo yo, se encuentra una parejita muy cariñosa de adolescentes que da envidia a cualquiera que mire detenidamente. En uno de los asientos del medio se encuentran enfrentadas cuatro personas que llamaron detenidamente mi atención. En el primer asiento se encuentran una mujer con su bebé, que tendrá un año y algunos meses. La atencion de todo el vagón se centra en aquel nene, que recién comienza a hablar, y hace observaciones sobre todo lo que ve, callando todos nuestros pensamientos. Enfrentada a esa mujer esta una señora tejiendo muy concentrada, sonriendo con cada palabra de aquel bebito. Me pregunto porque ese mujer esta tan calma, y a la vez sus ojos transmiten una mirada de nostalgia, de sufrimiento. Al lada de la mamá del gracioso bebé, esta sentada contra la ventanilla una mujer muy joven, llorando silenciosamente. Me gustaria poder decir algo, poder alentarla, pero como el resto de la gente de este vagón, no la conozco, no sé quien es, ni por qué llora, ni si ella quiere que alguien la conzuele... Al lado de la señora que teje, está sentado un chico de mi edad, que mira observando todo detenidamente, parece reflexionar, parece hacer lo que hago yo. Llegamos a la tercera estación desde la en que subí, y la señora que estaba sentada del lado de la ventanilla de el ultimo asiento se levanta para descender, asi que tomo su lugar. Miro el deprimente paisaje, deprimente como el tren en sí, las casas hechas de todo y de tan poco al costado de las vias, sucias, llenas de niños por donde mires, y habitadas por gente que se merece algo mejor. Nadie se merece algo así. Repentinamente entra una nena gritando al vagón, nos cuenta su historia, que realmente no se si es certa, pero es muy triste. La hermana menor y recién nacida de esta nena está internada, y su madre esta inválida, así que ella es la que debe juntar la plata para los remedios de su hermanita. Nos dice que realmente lo necesita y que la mínima colaboración es suficiente para ayudar, además nos resalta que ella no hace esto para drogarse, sino para ayudar a aquella bebita. Siento ganas de llorar, cuando se acerca le doy $2 y le digo que tenga suerte, la nena los mira como si fueran una fortuna, y me agradece. Se va con unas monedas, mis $2, y una botella de gaseosa que le regalo el chico observador al ver que tenía sed. Historias como esta hacen que me sienta vacía, inutil, desesperada. Pasas otras decenas de vendedores de cosas que nadie necesita realmente, niños, adultos, ancianos, cantidades y cantidades de personas que durante este viaje buscan algo mas que llegar a destino, gente que sobrevive, sin vivir realmente. El paisaje se torna cada vez más deprimente. Las familias entusiastas que alegraban el vagón se bajaron del tren, la mujer con el bebé en brazos y la señora que tejía también, solo quedamos unos pocos hasta la estación final. La chica del medio de los asientos sigue llorando, no se por qué, pero sigo pqnsando en ella con pena y consideración. La persona que sigue llamando más mi atención es aquel muchacho, sus ojos me resultan familiares, su mirada me resulta familiar. Me bajo del tren junto a los otros pasajeros, a mi lado baja la chica que sigue llorando. Le pregunto si está bien, de pronto una sonrisa se escapa de su cara, me dice que si y me agradece. Aghora sé que debía decirlo, debía ayudarla, aunque sea con una pregunta simple, sin saber que le pasaba. La estación llena de mugre y con gente durmiendo envuelta en trapos y cartones no alberga esperanza alguna, aqui la esperanza se agotó, y se esta agotando en mi. De repente siento que alguie me llama detrás mío: - Hola- Me dice sonriente el chico obsrevador que viajó con migo en aquel tren.- ¿Te acordás de mí? Ahora me doy cuenta porqué esos ojos me eran familiares, era él, mi mejor amigo de la primaria, Teo. Sus ojos todavía albergaban esa esperanza que teniamos de niños. -Sí, Teo- Le digo abrazándolo con fuerza, y le precunto- ¿Cómo me reconociste?. -Tus ojos, son los mismos que antes, todavía conservan la esperanza...

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